Se volvió loco entre tanto estímulo.
Ya no podía discernir qué es verdad y que mentira.
Cualquier afirmación coherente dentro de un sistema de pensamiento lo consideraba lógico.
Tenía que empezar de cero. No podía vivir más en este gran relativismo.
Una cosa era gestionar la realidad lo mejor posible, vivir tirando; y otra era cambiarla, fabricar las mismas gafas para todo el mundo.
Tenía que empezar de cero, fabricar gafas para todos es muy caro; pero más difícil es colocarlas.
Todos tenemos dioptrías. Nadie se salva...
Pablo cogió su abrigo y se marchó, renovó su lucha. Siempre se salvaba por los pelos, porque al final, todos tenemos el deber de vivir.
miércoles, 24 de diciembre de 2014
sábado, 15 de noviembre de 2014
The Piano Man.
Dedicado a José Manuel Portela.
Habíamos quedado a las once de la noche en el obelisco con
un cubano y su hermana.
Puntuales llegamos.
Pero
mi amigo necesitaba ir al baño, así que le acompañamos. A la vuelta, estaban saliendo
justo del coche. Nos saludamos. Llovía. Caminamos.
La
oscuridad encima de nosotros y las luces de la calle Real a los lados.
Los
adoquines se morían de risa porque ellos no sentían la lluvia. Éstos brillaban como un prisma y nuestro calzado les salpicaba, callándolos. Debajo de un portal, un hombre tocando el
piano.
Pelo cano,
barba negra, chepa pronunciada y manos nervudas corriendo por las teclas. Ropa de circunstancia y cara
escondida.
Siempre la misma melodía: ‘'Piano man'' Antes, pianista de Rosendo, y proyectos grandes. Ahora, en la calle. Forma parte de la Real rúa y de la ciudad del faro
de Hércules; cerca de donde se termina la tierra, en el otro extremo de su
tierra de origen. Ahora, llueve.
Él, ahora mismo, mientras leéis esto, sigue tocando, a
pesar de todo. Su nombre, la canción que toca, que toca casi siempre.
domingo, 2 de noviembre de 2014
La fiebre del oro.
Son las 6:30 de la mañana; la
hora a la que me levantaba todos los días para buscar oro en el río. Hay que ir
pronto y terminar tarde –nuestro horario se prolongaba hasta que la luz se
marchase– porque el oro escasea y cada vez hay más personas que van a los ríos
a buscar el preciado metal.
Dios no beneficia a quién
madruga; simplemente hay más tiempo para buscar oro.
Nos repartimos varios en cada
corriente de agua para no sobreexplotarla. Tengo suerte, a mí me tocó un río
que está cerca de mi hogar.
Un desayuno llano, de leche amarga,
pues a la vaca que tenemos no le gusta que la ordeñemos.
Te preparas, sales de casa, y tu
mujer no te desea buena suerte, simplemente te dice que trabajes duro. No tengo
más remedio que hacerlo, y al igual que yo, todos mis compañeros que están en la misma situación que yo:
familia con mujer e hijos.
Se puede decir que hay una fiebre
del oro, pero diferente de la de mediados del siglo XIX en Estados Unidos. La
disimilitud estriba en el hecho de que ésta afecta a más personas, está más
expandida y, además, es anacrónica. La temperatura subió por necesidad y para
alertar a nuestro cuerpo de que algo crudo estaba ocurriendo y afectándonos.
Se trataba de un trabajo
remunerado según el día.
Quedamos el grupo en el cruce de
caminos, en la intersección donde yo cogía el camino de la derecha para encaminarme
hacia la fábrica, pero ahora tenía que dirigirme hacia la izquierda, el bosque.
Nada más llegar nos ponemos a
trabajar. Quitamos muchos sedimentos y guijarros hasta encontrar un grano
amarillo; y así durante horas.
Las campanas de la Iglesia, que
resonaban en el valle, nos avisan de la hora y de cuándo tenemos que comer. Al
terminar, continuamos.
El cuerpo, sucio y sudoroso; las
manos, limpias y arrugadas; la cabeza, caliente, y el ánimo, decaído, a medida
que la vela se oculta, si no encontrábamos oro. No queríamos regresar con las
manos vacías.
Estos días eran los peores para
el estómago, que intentábamos distraer con el pensamiento.
Hoy me ha tocado a mí no
encontrar oro. En estos casos, si alguien no tenía suerte, y no porque no se lo
haya dado su mujer, se dividía el tesoro, buscado y encontrado. Sin embargo,
allí había que encontrar, no buscar.
Entonces, regresas a casa
pensando ``dónde estará; ayer mismo estaba aquí. Quizás ya no hay más. La
montaña se ha agotado, y nosotros también´´. Esta última frase se decía en voz
alta. Una afirmación ineluctable que todos pensábamos al unísono.
Mi mujer me miraba desde el
rellano del hogar ansiado, sonriendo por lo que traía entre las manos, aun
frías y arrugadas.
La cena era más llana que el
desayuno porque lo poco que había traído se lo daba a mi familia. Acabo rápido,
porque estoy deseando irme a la cama.
Antes de cerrar los ojos, pienso:
``hoy ya está hecho; mañana, quién
sabe´´.
Epílogo
Esta es la historia que cuento a
mis hijos cuando salgo de casa por las
mañanas. No quiero que sepan que el oro se transforma en comida y el río en un
cubo de basura.
domingo, 28 de septiembre de 2014
Carpe diem y a escribir.
Que el momento no pase en vano. Coged un boli, un lápiz, lo que tengáis a mano. Y escribid; expresaros. No dejéis pasar la emoción. Llenaos de ella y plasmadla en el papel para que otros, después, puedan llenarse de una parte de ti.
El tan conocido tópico ‘’carpe diem’’ no es el culto al hedonismo; eso es un estereotipo.
Ser conscientes del momento. Una vez que lo somos, la velocidad exponencial de la caída libre se ve ralentizada por el paracaídas de la conciencia. Ahí se encuentra el verdadero carpe diem.
Esta es la premisa con la que voy a empezar el blog. Mostrar simplemente aquello que haya sido escrito en un estado de conmoción, pues sólo podemos conmover si lo estamos nosotros antes.
La persona que me ha alentado a abrirlo es el ejemplo de que es posible.
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